«La oración regula los afectos, dirige los actos, corrige las faltas, compone las costumbres, hermosea y ordena la vida; confiere, en fin, tanto la ciencia de las cosas divinas como de las humanas (…). Ella ordena lo que debe hacerse y reflexiona sobre lo hecho, de suerte que nada se encuentre en el corazón desarreglado o falto de corrección».
(S. Bernardo, «Sobre la consideración»)