“Sea, pues, Cristo nuestro punto seguro de referencia, el fundamento de una confianza que no conoce vacilaciones. Que la invocación apasionada de la Iglesia: “Ven, Señor Jesús”, se convierta en el suspiro espontáneo de nuestro corazón, jamás satisfecho del presente, porque tiende siempre al “todavía no” del cumplimiento prometido”
(Juan Pablo II, Hom. 18.V.80)