Los que van al cielo son llamados santos. Todos deseamos ir al cielo, lo reconozcamos, o no.
La santidad es la lucha por acomodar la conducta a la nueva manera de ser: hijos de Dios.
Pero si esa nueva manera de ser es un regalo divino, en la nueva manera de actuar tampoco estamos solos. No nos santificamos nosotros a nosotros mismos. Dios es el que nos santifica: Dios es el operador, nosotros somos cooperadores. Y muchas veces, estorbadores.
Continúa con una anécdota sobre adopción, de entre las muchas que no acaban bien…
El hijo adoptivo
Un matrimonio sin hijos, después de diversas pruebas médicas, llegaron a la convicción de que nunca podrían tenerlos. Entonces empezaron a madurar la idea de adoptar un niño.
Querían un recién nacido. Ante la dificultad para lograrlo, decidieron adoptar a un pequeño de unos doce años que les ofrecieron en custodia.
El mundo del que procedía el niño chocaba frontalmente con el ambiente que encontró en su nueva familia. El desorden en el que había vivido, la falta de limpieza, la desconfianza, la insinceridad… eran dificultades en su nueva vida. Tan serias que acabaron estallando e hicieron inviable la adopción.