Dialogar es difícil: supone escuchar
Todo diálogo supone siempre un delicado equilibrio entre mi postura y la del otro. Yo tengo mi opinión y la defiendo; me pongo a oír ahora a quien propugna la opinión contraria y no me pongo a la defensiva, no me cierro, no tengo miedo de escuchar, no albergo prejuicio ni sospecha; al contrario, tengo verdadero interés por conocer cómo se ven las cosas desde otro punto de vista, cómo una opinión que yo rechazo puede parecer aceptable a una persona a la que yo respeto; tengo verdadera curiosidad por saberlo y averiguarlo, y por ello escucho atentamente, sigo su razonamiento paso a paso, procuro sentir lo que él siente y, durante un rato al menos, pienso como él piensa.
Nada de oponerme, de atacar. Desecho el temor a que me convenzan, e incluso estaría dispuesto a cambiar de opinión. Tampoco escucho por mera educación, porque hay que escuchar sin más. Se trata sencillamente de que nuevas ideas lleguen a mí, se trata de permitir que otra persona se me revele tal como es. Después cambiaré o no cambiaré de opinión, pero ese es otro asunto, más allá del diálogo. Con el diálogo de lo que se trata es de entender mejor al otro.
Carlos G. Vallés
Hablaban marido y mujer (en desacuerdo, claro)
– Marisa, es que no me escuchas…
– ¿Para que te quiero escuchar? Ya sé lo que yo pienso de eso…