Si me quieres, corrígeme.
Cuando alguien te corrige, se implica. La implicación personal es una muestra de cariño: de que la otra persona te importa.
Hay un grupo de chicos a quienes doy catequesis que es muy especial: se quieren, se hablan continuamente. Se enfadan, pero hacen las paces; no se juzgan, pero se critican a la cara. No admiten lo que va mal y se lo dicen aparte, con cariño unos a otros.
Y por eso están tan cohesionados, son tan buenos amigos: por eso ninguno se perderá.
Propongo a continuación una cita espectacular sobre corrección fraterna…
Corregíos unos a otros
Si queréis. Vosotros podéis ayudaros unos a otros mejor que yo: pasáis más tiempo juntos, os conocéis mejor, no se os ocultan las faltas ajenas; tenéis más franqueza, más cariño y costumbres comunes. No son estas pocas ventajas para enseñar a los demás. Aún diría más, ofrecen una ocasión estupenda y oportuna, y mejor que yo os podéis exhortar y reprender mutuamente. Además, mientras que yo estoy solo, vosotros sois muchos; y todos podéis ser maestros. Por eso, os suplico que no desaprovechéis esta gracia; cada uno tiene una mujer, un amigo, un siervo, un vecino…: así pues, a uno amoneste, a otro enseñe (…).
«Pero no sé hablar», arguye alguno. No es necesario saber hablar, ni tener elocuencia. Si ves que tu amigo se abandona a las malas costumbres, dile: «Esto que haces es una mala acción, ¿no te da vergüenza? ¿no te ruborizas? ¡está mal!». «¿Pero acaso no sabe ya que está mal?», se objeta. Cierto, lo sabe, pero la pasión lo arrastra. También los enfermos saben que una bebida fea les hace daño, y sin embargo necesitan de alguno que se lo prohíba. Quien sufre no sabe dominarse fácilmente si está enfermo. Tiene necesidad de ti que estás sano, para ser curado (…). Tampoco se puede pretender corregir todo de una vez, porque no lo lograrás: por el contrario ve poco a poco, dando un paso cada vez (…).
Es más, pídele que te corrija si observa en ti algún defecto. De este modo, hará suyo el reprender, viendo que también tú tienes necesidad de correcciones y que lo ayudas no porque seas el amonestador de todos, o el maestro, sino porque eres un amigo y un hermano. Dile: «Te he ayudado recordándote cosas útiles; ahora tú, si ves en mí algún defecto, tómame por los pelos y échamelo en cara: si me ves irascible o avaro, fréname y átame con tus advertencias». Esta es la amistad: el hermano ayudado por el hermano se convierte en una ciudad amurallada (Prov. XVIII, 19). Pues no es el corner o el beber juntos lo que forja la amistad, ya que así actúan incluso los ladrones y los asesinos. Si somos amigos, es porque nos preocupamos unos por otros. Así resulta una amistad que sirve a los demás e impide que nos precipitemos en la gehenna.
Por otra parte, el que es reprendido no se turbe. Admitamos que somos hombres y tenemos defectos. Y quien amonesta, no lo haga públicamente, ofendiendo y alardeando, sino que actúe con mesura y delicadeza. Tiene necesidad de mucha prudencia quien reprende si quiere que sea bien acogida su reprensión. ¿No véis cómo los médicos, cuando queman o cuando sajan, con cuanta dulzura aplican su terapia? Pues mucho más debe hacer el que corrige, porque el reproche es más violento que el hierro o el fuego, y solivianta. Por este motivo, como los médicos se ejercitan mucho para actuar con suavidad en la medida que es posible, e intervienen un poco y después permiten que el paciente recupere las fuerzas, de modo semejante lo haga quien amonesta, para que el corregido no lo rechace. Y si nos insultaran o contestaran de mala manera, no nos retraigamos; también los enfermos al ser curados gritan contra los médicos, pero ellos no atienden a estas cosas, sino solamente a la salud del paciente. Así también en nuestro caso, se debe hacer lo posible para que la reprensión resulte útil, y soportarlo todo mirando el premio que nos está preparado. Está escrito: llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo (Gal. VI, 2). Así, ayudándonos y corrigiéndonos recíprocamente, podremos completar la edificación de Cristo.
San Juan Crisóstomo
San Juan Crisóstomo. Homilías sobre La Carta a Los Hebreos, XXX, 2 y 3. (PG 63, 211-212).