No hizo falta amputar
Curación repentina de una gangrena avanzada (febrero de 1992)
Caracas, capital de Venezuela, es ciudad rica en contrastes. Junto a zonas residenciales son frecuentes las aglomeraciones de ranchitos, viviendas muy pobres donde se alojan familias procedentes en su mayor parte del campo, que buscan en la ciudad mejores condiciones de vida. También es llamativo el contraste entre las gentes, al menos por parte de quien no conoce la realidad latino-americana, que tiene como una de sus componentes la más asombrosa mezcla de razas.
Aunque cada día hay una mayor sensibilización frente el problema de las excesivas desigualdades socio-económicas, todavía existen amplios estratos de la población que no tienen satisfechas algunas necesidades elementales. En este empeño por ayudar a las personas menos favorecidas toman parte activa, junto a muchos otros cristianos, los fieles de la Prelatura del Opus Dei. Sea personalmente, con ocasión de su trabajo profesional, sea por medio de labores apostólicas destinadas a los necesitados, tratan de poner de manifiesto lo que el Beato Josemaría enseñó incansablemente, con su ejemplo y con su palabra: «hay una sola raza: las raza de los hijos de Dios».
CONTINÚA esta anécdota histórica…
Un accidente de bicicleta
La Bombilla de Petare es uno de esos barrios populares de la ciudad de Caracas. Allí vive Rosa, una joven de color, casada y madre de cuatro hijos: Tito, Juan, Grecia y Roomel. Ayuda con su trabajo en un consultorio médico de la zona colonial de Petare.
Protagonista de esta historia es la pequeña Grecia, que entonces tenía cuatro años. El sábado 8 de febrero de 1992, a las once de la mañana, iba en el trasportín de una bicicleta llevada por uno de sus hermanos. El conductor tuvo la mala suerte de que una rueda se introdujera en el hueco de una alcantarilla no bien cerrada. La tapa se volteó y cayó con todo su peso sobre el pie izquierdo de la niña, produciéndole una herida de la que brotaba mucha sangre. El hermano la tomó en brazos y la condujo enseguida a casa, donde la madre lavó la herida en el chorro del agua. Al cabo de un rato, como no dejaba de sangrar, envolvió el pie de su hija en una toalla y con la ayuda de un vecino la llevó a un puesto de socorro.
Ya se ha dicho que era sábado, día en que aumenta mucho el número de personas que acuden al puesto de socorro. Por eso, no es de extrañar que cuando Rosa se presentó con su hijita, hallase el lugar bastante concurrido. Cuando le llegó el turno, se limitaron a limpiar y suturar la herida de la pequeña, considerando que era cosa de poca importancia. Ante la insistencia de los padres, le hicieron una radiografía, que evidenció fractura de las primeras falanges del segundo y tercer dedo del pie izquierdo. Le prescribieron un tratamiento a base de antiinflamatorios y antipiréticos, y regresaron a casa.
Al día siguiente, 9 de febrero, la niña amaneció con inflamación de la región dorsal del pie, en su tercio anterior. La madre observó la presencia de una secreción amarillenta y volvió a llevar a su hija al dispensario. En esta ocasión prescribieron un tratamiento antibiótico, pero por la tarde la pequeña acusaba fiebre de 39º C.
El 10 de febrero, en vista de que la niña no mejoraba, su madre decidió llevarla al consultorio en que trabajaba. El médico reconoció a la niña: «El pie estaba bastante hinchado —escribe el médico— y de un color negruzco que daba muy mala impresión (…). La madre me llevaba también la radiografía (…). La impresión era fatal, daba la impresión de una gangrena; le dije a la madre: «Rosa, esto me da muy mala impresión, ojalá que no tengan que amputarle el dedo»; aunque interiormente pensaba que ojalá no fuera el pie el que tuvieran que amputarle».
El médico procedió a inyectar antibióticos y antiinflamatorios por vía intramuscular, y él mismo se cuidó de transportar a la pequeña al Hospital de Caracas, donde fue intervenida con cirugía menor, para vaciar la ampolla y tomar una muestra de su contenido. Se decidió su ingreso inmediato con el diagnóstico de fractura de la primera falange de dos dedos y celulitis ampular del dorso del pie izquierdo. Le pusieron tratamiento antibiótico mediante perfusión endovenosa.
Como es lógico, Rosa no se apartaba del lecho de su hija. Al día siguiente del ingreso, algunos médicos le anunciaron que no había más remedio que amputar los dos dedos afectados, porque se había instaurado una gangrena resistente al tratamiento antibiótico. Cuanto más tiempo se tardara en efectuar la operación, mayor peligro había de que la gangrena se fuera extendiendo.
Escuchemos el relato de la madre: «El martes en la mañana me llama aparte el Dr. O., que era el médico residente del piso. Me preguntó si estaba sola y le dije que sí; me dijo que a la niña iban a tener que operarla para quitarle los dos dedos del pie porque tenía una gangrena gaseosa y que convenía que llamara a mi».
Los padres, angustiados, no acababan de decidirse a dar su consentimiento para la operación. Sólo cuando llegó el médico del ambulatorio, en quien confiaban plenamente, firmaron la autorización. Pero ya era demasiado tarde para realizar la intervención quirúrgica, por lo que se decidió dejarla para el día siguiente.
Desaparece la gangrena
Desde tiempo atrás Rosa era devota de Mons. Josemaría Escrivá, e incluso había animado a otras personas a recurrir a su intercesión en los momentos de dificultad. Aquel día, viendo su angustia, una amiga la animó a poner a la niña bajo la protección del Fundador del Opus Dei. «Me había dado el día anterior una estampita de Monseñor Escrivá. Ese martes por la tarde me dijo: «Rosa, pídele a Monseñor Escrivá y ya tú vas a ver que él te va a ayudar». Entonces puse la estampa de Monseñor con la cabeza para abajo (…) y le puse una vela. Lo puse con la cabeza para abajo y le dije que le ponía así, como castigado, porque [se decía] que él ayudaba a los blancos y a la gente con dinero, pero que tenía que meter la mano y ayudarme con mi hija, porque yo trabajaba con el médico, que es muy devoto suyo, y yo había ido ya varios años a sus Misas el día de su aniversario en la iglesia de la Chiquinquirá».
Después de hacer esta oración, Rosa apoyó la imagen en el pie de la niña y la dejó allí toda la noche. Luego recitó varias veces la oración para la devoción privada.
La referencia a que Mons. Escrivá ayudaba «a los blancos y a la gente con dinero» era el eco de algunas críticas infundadas que habían salido en la prensa aquellos días, como fruto de una campaña organizada por unas pocas personas con el intento de impedir la beatificación del Fundador del Opus Dei, anunciada para el mes de mayo de ese mismo año. Rosa pensaba que la curación de su hijita desmentiría esas falsedades.
Al día siguiente, miércoles 12 de febrero, a primeras horas de la mañana, llevaron a la pequeña Grecia al quirófano. Al quitar el vendaje, el cirujano descubrió que la situación había cambiado notablemente: había desaparecido por completo la extensa inflamación en los dedos y en la mitad anterior del pie izquierdo, que existía pocas horas antes; y lo mismo el color violáceo de la piel y la exudación. No existía gangrena, por lo que se suspendió la operación.
La madre cuenta: «Como a la hora bajan a la niña del pabellón y la doctora me pregunta: ¿quién le hizo la cura a tu hija ayer? Yo le respondí que nadie le había hecho cura. Me dijo entonces que a mi hija ya no la iban a operar porque no hacía falta (…). Le destaparon la cura y me volvieron a preguntar: ¿tú estás segura de que no le echaste nada allí? Y volví a repetirle que a ella nadie le había ni siquiera quitado la cura».
«A mí lo que más me extrañó —prosigue— fue que la doctora me dijera que alguien le había cambiado la cura esa noche, cuando yo estoy segura de que nadie se la cambió y yo más bien tenía miedo de tocarle su piececito, porque la niña gritaba cada vez que uno tan sólo le ponía la mano en el pie. También recuerdo que tanto el lunes en la noche como el martes la niña se había quejado mucho de los dolores, pero el miércoles en la mañana, antes de que la subieran al pabellón estaba tranquila y ella misma se agarraba su pierna».
A las cuatro de la tarde de ese mismo día, la historia clínica registra que la pequeña se hallaba sin fiebre. Los síntomas de inflamación del pie seguían disminuyendo y el apósito estaba impregnado de líquido hemático no fétido. Como medida de precaución, se prosiguió con el tratamiento antibiótico y los médicos decidieron hacerle curas cada dos días, en espera del momento de reducir las fracturas mediante acto quirúrgico. En efecto, aunque el peligro de gangrena había desaparecido, los dedos seguían fracturados y las falanges privadas de riego sanguíneo, de modo que el riesgo de necrosis ósea era muy alto.
Grecia permaneció hospitalizada para que se repusiera de las fuertes hemorragias (se encontraba bastante anémica) y para reducir quirúrgicamente la fractura. En ese intervalo de tiempo, por diversos motivos, la operación no se llegó a efectuar: unas veces porque la niña no había sido preparada adecuadamente, otras porque el quirófano no estaba en condiciones. El caso es que el 12 de marzo la pequeña fue dada de alta completamente curada: las fracturas de los dedos consolidaron sin complicaciones y el pie recuperó totalmente su funcionalidad.
Valoración clínica
El accidente de bicicleta provocó en la pequeña Grecia dos consecuencias patológicas: de una parte, la infección que desencadenó el proceso gangrenoso; de otra, la fractura de dos falanges.
A juicio de los especialistas en traumatología consultados por la Postulación, la resolución del proceso gangrenoso no puede tener una explicación exclusivamente natural, teniendo en cuenta el carácter instantáneo de la curación. Tres son los datos que certifican la presencia de una forma grave de gangrena: 1) el trauma fue muy intenso, pues no es fácil que se fracturen los dedos de un niño tan pequeño, muy móviles de por sí; 2) las manifestaciones clínicas fueron muy graves: fiebre alta, dolor agudo, reacción anémica, además del examen físico de la herida, que presentaba los síntomas característicos de un proceso gangrenoso; 3) la decisión de amputar se tomó de común acuerdo por parte de varios médicos y se confirmó tras consultar el parecer de la sección de cirugía plástica. No puede considerarse como una decisión precipitada, sino plenamente justificada ante el decurso de la infección.
Éste es el juicio de un especialista después de un atento estudio del caso: «Esta grave gangrena ha tenido una curación clínica (desaparición repentina del dolor, de la fiebre, de los signos inflamatorios, etc.), radiográfica (no ha dejado alteraciones), completa (sin amputación del pie ni pérdida de sustancia), sin tratamiento (fuera de la protección antibiótica, la pequeña no fue medicada el día anterior ni se habían reducido las fracturas descompuestas) e inmediata (el martes presentaba toda la sintomatología, mientras el miércoles por la mañana sólo quedaba una impotencia funcional parcial), aunque la hospitalización se prolongase un poco más en el departamento de Medicina interna (evidentemente con finalidad cautelar, dada la intensidad del proceso sufrido).
»Consideradas todas estas circunstancia, opino que es inexplicable, desde el punto de vista médico, la curación de Grecia, y comprendo la sorpresa de los colegas que observaron de cerca esta curación».
La madre no cabe en sí de alegría y agradecimiento por este favor tan grande. Ha visto con sus propios ojos cómo Dios se cuida de todos sus hijos, independientemente del color de la piel o de la situación social.
«Cuando a mí me comunicaron que no la iban a operar —escribe la madre—, pensé que Dios existe, que Dios es grande y que me había ayudado; y enseguida llamé al médico del ambulatorio y le dije: Doctor, el Monseñor Escrivá me hizo el milagro (…). Y luego que me hizo el milagro, entonces yo repartí su estampita a todo el mundo en el hospital, diciéndoles cómo el Monseñor me había ayudado a mí».