Dejamos unos párrafos del libro HISTORIA DE UN ALMA (Santa Teresita de Lisieux) que nos ilustran sobre la tentación, el perdón y el amor.
¡Sí, lo sé! Jesús me veía demasiado débil para exponerme a la tentación. Tal vez me hubiera dejado quemar toda entera por esa luz engañosa, si la hubiera visto brillar ante mis ojos… Pero no fue así. Yo sólo he encontrado amargura donde otras almas más fuertes encuentran alegría y se desasen de ella por fidelidad.
No tengo, pues, ningún mérito por no haberme entregado al amor de las criaturas, ya que sólo la misericordia de Dios me preservó de hacerlo… Reconozco que, sin El, habría podido caer tan bajo como santa María Magdalena, y las profundas palabras de Nuestro Señor a Simón resuenan con gran dulzura en mi alma… Lo sé muy bien: «Al que poco se le perdona, poco ama». Pero sé también que a mí Jesús me ha perdonado mucho más que a santa María Magdalena, pues me ha perdonado por adelantado, impidiéndome caer.
¡Cómo me gustaría saber explicar lo que pienso…! Voy a poner un ejemplo.
Supongamos que el hijo de un doctor muy competente encuentra en su camino una piedra que le hace caer, y que en la caída se rompe un miembro. Su padre acude enseguida, lo levanta con amor y cura sus heridas, valiéndose para ello de todos los recursos de su ciencia; y pronto su hijo, completamente curado, le demuestra su gratitud. ¡Qué duda cabe de que a ese hijo le sobran motivos para amar a su padre!
Pero voy a hacer otra suposición. El padre, sabiendo que en el camino de su hijo hay una piedra, se apresura a ir antes que él y la retira (sin que nadie lo vea). Ciertamente que el hijo, objeto de la ternura previsora de su padre, si DESCONOCE la desgracia de que su padre lo ha librado, no le manifestará su gratitud y le amará menos que si lo hubiese curado… Pero si llega a saber el peligro del que acaba de librarse, ¿no lo amará todavía mucho más?
Pues bien, yo soy esa hija, objeto del amor previsor de un Padre que no ha enviado a su Verbo a rescatar a los justos sino a los pecadores. El quiere que yo le ame porque me ha perdonado, no mucho, sino todo. No ha esperado a que yo le ame mucho, como santa María Magdalena, sino que ha querido que YO SEPA hasta qué punto él me ha amado a mí, con un amor de admirable prevención, para que ahora yo le ame a él ¡con locura…!
He oído decir que no se ha encontrado todavía un alma pura que haya amado más que un alma arrepentida. ¡Cómo me gustaría desmentir esas palabras…!