«Tengo la impresión de que Dios consagra nuestra libertad cuando la eleva hasta Él. Cuando era todavía una colegiala recuerdo que quedé muy impresionada por este pasaje de san Pedro: “comportaos como libres. No como quien usa de su libertad para hacer el mal, sino como siervos de Dios” (Pe 2, 16). Comprendí entonces que la libertad no es una simple elección entre lo bueno o lo malo, sino la expansión de un ser que se rinde ante su Creador. Por eso, entrar en el claustro fue para mí como una liberación. Es cierto que cuando se es joven se ven más las servidumbres exteriores que a Dios se ofrecen como homenaje. Pero según pasan los años se ve con claridad que “nuestra libertad” es algo muy limitado, una nadería, una facultad de nada cuando no se apoya sobre Dios. Y también se ve claramente que una lleva en sí misma las trabas para la plenitud de la propia libertad».
(Respuesta de una carmelita de 54 años a la pregunta; “¿Tiene usted la impresión de que Jesucristo merma la libertad?)