«La humildad es la capacidad de aceptar serenamente la propia pobreza radical poniendo toda la confianza en Dios. El humilde acepta alegremente el hecho de no ser nada, porque Dios lo es todo para él. No considera su miseria como un drama, sino como una suerte, porque da a Dios la posibilidad de manifestar su gran misericordia».
(Jacques Philippe, «Tiempo para Dios», p. 23)