Don Juan Carlos (o su hijo Felipe VI), aparte de por esa expresión, podría haber sido famoso por defender la vida o tantos niños que mueren por el aborto. Hubiera sido la bomba. Hubiera sido nuestro Súperman. Pero no.
Os presento, en cambio, a nuestro héroe: es un modelo para nuestros reyes de la tierra, otro rey como ellos…
Le importó poco su prestigio, su nombre, perder la corona, el poder, el trono. Le importó más su alma, su conciencia, el ejemplo que daba a su pueblo. Me descubro ante él y le rindo pleitesía de vasallo…
Continúa esta anécdota histórica, para que aprendan nuestros gobernantes…
BALDUINO, rey de los belgas durante 42 años -salvo un día en que dejó el trono unas horas para no firmar la ley del aborto- no siempre pudo mantener sus principios.
El religioso monarca, propuesto ahora para la beatificación, llegó una vez a la peor encrucijada posible: cuando hay que elegir entre el amor y las convicciones. En aquella primavera de 1962 los médicos presentaron un dilema: si la reina Fabiola no abortaba y se empeñaba en continuar el embarazo, no sólo corría el riesgo de perder el niño, sino su propia vida. El diagnóstico fue rotundo: «Existe un 10% de posibilidades de poder concluir el embarazo y sólo un 5% de que pueda sobrevivir Su Majestad».
Según recogen dos biografías publicadas recientemente, Balduino, católico firmemente anti-abortista, optó por el amor y llegó a sugerir a su esposa que salvara su vida y, por tanto, que aceptara una interrupción médica del embarazo. Pero Fabiola de Mora y Aragón, que en su época de soltera firmaba sus cartas como «hija de María», se negó. «Si se me impone esta solución, solicitaré la anulación de nuestro matrimonio en Roma y me retiraré a un convento en España», amenazó la Reina, según recogen Philipp Séguy y Antoine Michelland en su biografía «Fabiola, la Reina blanca», escrita con el consentimiento real, según los autores.
Fabiola continuó su embarazo y no pudo evitar perder el niño de forma natural. Pero salvó su vida e impidió que tanto ella como su marido cargaran sobre su conciencia un aborto que atentaba contra todos sus principios.
Stéphane de Lobkowicz también recoge en su biografía «Balduino», en versión flamenca, este episodio de la vida del Rey. Este príncipe belga cree en su veracidad, aunque admite en declaraciones a EL MUNDO que «lógicamente, la conversación entre los Reyes no tuvo testigos». En la Casa Real belga, de la que forma parte Fabiola, declinan hacer comentarios.
Tras la muerte de Balduino, en agosto de 1993, Fabiola continúa ostentando el rango de Reina y mantiene su popularidad intacta entre los belgas. Se casó con Balduino el 15 de diciembre de 1960 y entre 1961 y 1966 quedó embarazada en varias ocasiones, todas ellas sin éxito. En este último año creyó en el milagro. Sentía crecer el niño y confesó a sus íntimos que esta vez lo lograría: «seré madre un día, aunque me cueste la vida». Pero una noche comenzaron los dolores y de nuevo los médicos pronosticaron un embarazo anormal. El 12 de julio de aquel año, la Casa Real emitió este comunicado: «Una evolución imprevista en el estado de salud de la Reina ha provocado la necesidad de una intervención quirúrgica».
Tras la operación, los médicos consideraron que la esterilidad de Fabiola era ya irreversible. Ella se rebeló y, saltando el protocolo, buscó el apoyo de Dios en una peregrinación a la basílica italiana de San Francisco de Asís.
Se rumoreó entonces que Balduino abdicaría al ser ya imposible la descendencia. Pero los Reyes acordaron seguir juntos y continuar en el trono. Consultaron a los más grandes especialistas, entre ellos el suizo Hubert de Watteville y el ginecólogo sueco Carl Axel Gemzell, autor de un tratamiento eficaz contra la esterilidad.
En marzo de 1968, Fabiola volvió a la clínica Saint-Jean de Bruselas, pero esta vez para intentar una operación que la permitiera ser madre. Sin éxito. Con ya cuarenta años, la española renunció a su sueño.
El Rey de los belgas sorprendió al mundo el 29 de marzo de 1990 al negarse a sancionar la ley que permitía una despenalización parcial del aborto. El senador socialista, Roger Lallemand y el flamenco Lucienne Herman-Michielsens, presentaron una propuesta de ley, que fue adoptada por el Parlamento. Sólo quedaba la firma rutinaria del Rey. Pero Balduino se negó por una vez a cumplir con su obligación. «Sé que no escojo una vía fácil y que corro el riesgo de no ser comprendido por un gran número de mis conciudadanos, pero es el único camino que, en conciencia, puedo tomar», afirmó. «¿Es lógico que sea yo el único ciudadano belga obligado a actuar contra su conciencia en un aspecto tan esencial? ¿Acaso la libertad de conciencia vale para todos, salvo para el Rey?», se preguntó.
El Gobierno belga tuvo que buscar una solución jurídica. El rey Balduino no podía impedir el buen funcionamiento de las instituciones democráticas y vetar una ley aprobada por los representantes del pueblo. Para ello se esgrimió el artículo 82 de la Constitución que establece que si el Monarca «se encuentra en la imposibilidad de reinar, los ministros, tras constatar esta imposibilidad, convocan a la Cámaras para la regencia».
Con ello, el Gobierno se arrogó por unas horas de los poderes constitucionales del Rey y sancionó y promulgó la ley del Aborto. Posteriormente, convocó de nuevo a las Cámaras en pleno y constantaron que la imposibilidad de reinar de Balduino había durado sólo unas horas.
Esta actitud moral y su trayectoria en defensa de los valores cristianos ha llevado a distintos colectivos católicos belgas a solicitar su beatificación.- CARLOS SEGOVIA (Bruselas).