Texto del libro Historia de España contada con sencillez (José María Pemán).
La Inquisición aragonesa
Es cierto que, como último recurso para los que no se lograban convertir, España estableció el Tribunal de la Inquisición, o sea, un tribunal eclesiástico que juzgaba al hereje, y si lo encontraba culpable de herejía, como esta era entonces un delito castigado por las leyes del Estado, lo entregaba a este para que se aplicase la pena correspondiente, que en algunos casos extremos era la muerte.
Esto ha servido a los extranjeros enemigos de España para acusarnos de crueles e intolerantes. Pero a esto hay que contestar dos cosas:
Primero: que la Inquisición la hubo en todos los países del mundo y cuando se estableció en España, hacía ya más de catorce años que existía en Francia, Alemania, Inglaterra y Suiza.
Segundo: que la Inquisición no hacía más que resolver si el acusado era o no «hereje»; y luego, si lo era, lo pasaba al Estado. Porque todos los Estados de aquel tiempo consideraban la «herejía» como un delito y lo castigaban en relación lo mismo que el robo o el asesinato. Los «herejes», entonces, eran considerados como hoy día los grandes revolucionarios y anarquistas. Eran los perturbadores del orden público. Y de hecho los «albigenses» lo perturbaron grandemente con sus rebeldías, atacando las mismas cosas que atacan los revolucionarios de hoy: las iglesias, la autoridad, la propiedad y la familia. ¿Cómo asombrarse entonces de que los buenos cristianos se defendieran contra ellos? ¿Acaso hoy día todos los pueblos, aun los que se dicen más «liberales» o tolerantes, no se defienden contra los revolucionarios que atacan todas las bases del orden y la tranquilidad del Estado?