En ocasiones nos encontramos con gente que no aprecia lo que ve o bien por falta de sensibilidad o -como decía aquel- por falta de ignorancia.
Kyoyu era un hombre recto que vivía muy sencillamente y era apreciado por todos. Por eso, cierta vez, el Emperador le dijo:
— Eres un gran hombre, de modo que te voy a legar mi imperio. Supongo que lo aceptarás.
Pero Kyoyu en vez de alegrarse, se enojó mucho y dijo:
— ¡Tus palabras han ensuciado mis oídos! —Y se fue a un río cercano y se lavó las orejas a conciencia.
A todo esto, pasó un labriego amigo suyo que conducía una vaca y, al verlo, le preguntó:
— ¿Qué estás haciendo, Kyoyu? ¿Por qué te lavas las orejas con tanto cuidado?
— ¡Calla, calla! Hoy no es mi día. El emperador quería hacerme su heredero. ¡Me quería dejar el Imperio! Mi oídos se han ensuciado con tales proposiciones y por eso me los estoy lavando.
— ¡Vaya! –dijo el labriego-. Y yo que había traído mi vaca al río para que bebiera, ¡ahora resulta que el agua está sucia!Cuento de la tradición budista zen.