Así instruía una madre cristiana a su hijo sobre lo que supone tener la luz de la fe:
«A mediodía. cuando brilla el sol, si miras hacia arriba verás muy claro, pero tu vista no alcanzará mucha distancia; a lo más, llegarás a ver esos aviones plateados que vuelan altísimos, dejando tras de sí una estela de humo.
Así ocurre cuando discurrimos con las fuerzas de nuestra razón: vemos muy claro, pero muy corto. En cambio, en una noche estrellada, nos envuelve una luz muy tenue, pero nuestra mirada penetra mucho más allá, hasta esos astros que brillan a muchos millones de kilómetros;
así es nuestra fe, con la que vemos menos claro, pero llegamos mucho más lejos; alcanzamos hasta el mismo Dios».