«Un hombre soñador rara vez es un hombre luchador; es más cómodo y divertido refugiarse en un mundo fabricado por la imaginación a la propia medida y en el que siempre se es protagonista, que asirse a la realidad, comprenderla, y dominarla o sacarle partido. Por eso el soñador acaba siendo un abúlico» lo opuesto a un discípulo de Jesús.
(F. Suárez, El sacerdocio y su ministerio, Madrid 1970, p. 139)