Un rebelde que se hizo campeón olímpico
Gervi no asistía a clase pues no alcanzaba edad de escolarización. En el mercado de La Mina, Barcelona, junto al puesto de sus padres, Gervasio fantasiaba imitando a su jugador favorito, del Madrid: Hugo Sánchez. Los goles no eran lo que le atraía sino las piruetas del jugador Mexicano. Y le imitaba para delicia de los clientes. Tenía 4 años. Y cinco, y…
La mejor manera de demostrar que Deferr ha sido diferente a cualquier gimnasta es el lugar en dónde empezó a demostrar su valía para este deporte.
«Es curioso, cierto. En cuanto veía un contenedor de esos de vidrios, con anillas por arriba, ahí estaba yo haciendo piruetas. No paraba y así a los cinco años entré en el gimnasio.
No podía ser de otra manera. Imagina que me voy a jugar al baloncesto con mis ciento sesenta centímetros. Aprendí a ser disciplinado, bueno a mi manera.
Recuerdo que me dormía y me despertaba en el coche.
Mi día era gimnasio, colegio y gimnasio y ahí estaba mi padre llevándome de un lado a otro y yo durmiendo a su lado. Era duro, pero hacía lo que quería.
Pasé dos meses muy malos, cuando un entrenador, el único con el que realmente no me he llevado bien, no hacía otra cosa que castigarme.
Dejé el gimnasio dos meses y lo pasé fatal «.
Continúa con un montón de anécdotas ejemplares…
Un Icono en el Olimpismo Español.
Gervasio Deferr ha dicho adiós a la competición.
No es el caso de un deportista más que decide apartarse de la siempre dura vida de un deportista profesional, estamos hablando de una leyenda. Y es que el ya ex gimnasta de Premiá de Mar fue doble campeón olímpico en salto en los Juegos de Sídney y Atenas, a las que añadió la de plata en suelo en Pekín.
Poco nos equivocaremos si decimos que estamos ante el mejor deportista español olímpico de la historia.
Sólo el ciclista Joan Llaneras, con dos oros y dos platas, supera al recientemente retirado. Luis Doreste y Theresa Zabell le igualan en número de oros, mientras que David Cal le supera en medallas, pero en su cuenta aparecen tres platas.
A lo lejos no tiene pinta de gimnasta, con su andar desgarbado y distante de la marcialidad de los pasos habituales pasos y desfiles de los gimnastas.
De cerca se le nota que respira gimnasia por los cuatro costados, pero lo hace a su aire, eso que siempre le ha caracterizado y que le ha valido para tener el cartel de rebelde, del que no huye.
«Soy inconformista, tozudo, rebelde y nunca me callo si hay algo que no me gusta. Aunque ya no tengo tantas ganas de ser rebelde».
Lo dice un deportista, que como Michael Phelps, dio positivo por cannabis. «No me lo compares con los positivos, ni con nada positivo. Lo mío fue por fumarme un canuto.
Recuerdo que la gente por la calle, me decía: ‘Olé tus huevos, ganas hasta fumao’«. En el tema del dopaje lo tiene claro. «A los tramposos, ni agua. Yo no les dejaba volver a competir».
Deferr ha sido diferente a todos y eso le ha valido para ser un gran competidor y convertirse en el mejor gimnasta español de todos los tiempos.
«Nunca me gustó entrenar, ni me llevaba especialmente bien con los entrenadores porque me decían lo que tenía que hacer. No me gustaba trabajar, ponlo en presente, al menos de la manera que ellos me decían».
Y es que Gervi decidió a los cinco años empezar a pasar la mayor parte del día en el gimnasio, en una carrera que ha terminado 25 años después, con un homenaje en el Consejo Superior de Deportes, rodeado de gimnastas, federativos, técnicos y seleccionadores y en el que se respiró sentimiento al ciento por ciento.
«Quiero dar las gracias a todos, empezando por mi familia, a Alfredo, a Fernando, a Miguel Ángel, a los federativos de antes y de ahora, al Consejo, a Alejandro Blanco…».
Este último no estuvo en el acto porque el CSD no invitó al Comité Olímpico Español a la despedida de Deferr. Curioso.
La mejor manera de demostrar que Deferr ha sido diferente a cualquier gimnasta es el lugar en dónde empezó a demostrar su valía para este deporte.
«Es curioso, cierto. En cuanto veía un contenedor de esos de vidrios, con anillas por arriba, ahí estaba yo haciendo piruetas. No paraba y así a los cinco años entré en el gimnasio.
No podía ser de otra manera. Imagina que me voy a jugar al baloncesto con mis ciento sesenta centímetros.
Aprendí a ser disciplinado, bueno a mi manera.
Recuerdo que me dormía y me despertaba en el coche. Mi día era gimnasio, colegio y gimnasio y ahí estaba mi padre llevándome de un lado a otro y yo durmiendo a su lado. Era duro, pero hacía lo que quería.
Pasé dos meses muy malos, cuando un entrenador, el único con el que realmente no me he llevado bien, no hacía otra cosa que castigarme. Dejé el gimnasio dos meses y lo pasé fatal «.
Un gran competidor«
He sido feliz, muy feliz. Me he entregado a tope. He dado todo lo que tenía por la gimnasia. Cuando empecé no tenía ni idea lo que era competir y menos aún unos Juegos.
Fue en Barcelona 92 cuando me di cuenta y al ver a Vitali Shcherbo ganar seis medallas de oro, dije que quería ser como él. Digo lo de campeón olímpico porque él es el mejor de la historia. Y por eso trabajé. Poco después supe que era posible, especialmente en suelo. Siempre he sido mejor en suelo que en salto, pero curiosamente los mayores éxitos olímpicos han sido con el potro por delante», señala el doble campeón olímpico.
Los motivos de la retirada los tiene muy claro.
«Más que un gran gimnasta soy un gran competidor. Me relajo y no solía fallar en los momentos importantes. En Sídney fue a tope. En Atenas aparecieron algunas dudas, pero Montesinos confió en mí y no podía fallar. Fueron dos meses de trabajo durísimo, pero el equipo confiaba en mí y no podía defraudar. En Pekín sufrí, pero por fin gané la medalla en suelo. Ahora creo que podía haber llegado a Londres, pero no en condiciones de ganar y cuando pierdo me quemo. Sé que no puedo ganar y por eso me retiro. No puedo perder».
Gervi tiene doble, triple mejor dicho ocupación a partir de ahora. El CSD le ha dado el cargo de director técnico del Centro de Alto Rendimiento de gimnasia en San Cugat. A su lado estará su amigo y compañero de entrenamientos y de equipo nacional Víctor Cano.
«Un día, en Hungría, no sé si tendría más de diecisiete años me dijo: ‘Víctor voy a ser campeón olímpico’. Y, joder, lo fue», afirma el también gimnasta junto al que ha puesto en funcionamiento una escuela de su deporte en La Mina, un barrio un tanto complicado de Barcelona que nació en los años 60.
«Ya son cincuenta los chavales que se han apuntado. Me identifico con ese barrio y por eso hemos creado la escuela allí», comenta Deferr, instantes después de despedirse oficialmente y aún temblando como no lo hacía en el pasillo de salto con el potro al fondo.