Un día, mi loro comenzó a comportarse de manera extraña.
Gritaba y revoloteaba alrededor de su jaula, y parecía casi… enojado.
Traté de ignorarlo, pero un día llegué a casa y descubrí que se había escapado de su jaula.
Estaba posado en mi hombro y no dejaba de repetir una frase una y otra vez: «Te vas a morir».