«Si alguno quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo».
«Ve, vende cuanto tienes y sígueme»
No importa la cantidad
«No os inquietéis, en orden a vuestra vida, sobre lo que comeréis, ni en orden a vuestro cuerpo, sobre qué vestiréis» (cuervos, lirios, flores); «pues, si a una hierba que hoy crece en el campo y mañana se echa al fuego, Dios así la viste, ¿cuánto más hará con vosotros, hombres de poquísima fe?»
Desprendimiento
«Porque, en tanto que le tuviese, excusado es que pueda ir el alma adelante en perfección, aunque la imperfección sea muy mínima. Porque eso me da que un ave esté asida a un hilo delgado que a uno grueso, porque, aunque sea delgado, tan asida se estará a él como al grueso, en tanto que no lo quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de quebrar; pero, por fácil que es, si no lo quiebra, no volará. Y así es el alma que tiene asimiento en alguna cosa, que, aunque más virtud tenga, no llegará a la libertad de la divina unión».
S. Jn de la Cruz
Pobreza
«Dice el Apóstol: «Nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, de modo que vosotros fueseis ricos por medio de su pobreza». Si de veras deseamos seguir de cerca al Señor y prestar un servicio auténtico a Dios y a la humanidad entera, hemos de estar seriamente desprendidos de nosotros mismos: de los dones de la inteligencia, de la salud, de la honra, de las ambiciones nobles, de los triunfos, de los éxitos».
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-si no sabes pasar necesidades sin lamentarte;
-si para tener más te vales del dolor, del perjuicio, etc., o quebrantas los grandes principios de la justicia y de la caridad;
-si no colaboras en la promoción de los estamentos más subdesarrollados de la sociedad;
-si no sabes imponerte algún sacrificio personal para aliviar la indigencia y el dolor de tus hermanos»
«Recuerdo haber conocido a determinada persona, que le gustaba vestir bien: gastaba una enormidad en trajes; pero cuando llegaba a casa, tiraba las prendas por cualquier lado, y explicaba así la razón: no soy yo para la ropa, sino que la ropa es para mí (…) Las cosas se deben gastar, sí, pero sabiendo que no hemos de maltratarlas, que es preciso hacerlas durar, porque no son nuestras: son un medio para nuestra santidad y para el apostolado». San Josemaria
«No queráis amontonar tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los corroen y donde los ladrones socavan y los roban. Amontonad en cambio tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni herrumbre corroen, y donde los ladrones no socavan ni roban. Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón» (Mt 6,19-21).
«Uno entre la multitud le dijo: Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. Pero él le respondió: Hombre, ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros? Y añadió: Estad alerta y guardaos de toda avaricia, porque si alguien tiene abundancia de bienes, su vida no depende de aquello que posee. Y les propuso una parábola diciendo: Las tierras de cierto hombre rico dieron mucho fruto, y pensaba para sus adentros: ¿qué haré, pues no tengo donde guardar mi cosecha? Y dijo: Esto haré: voy a destruir mis graneros, y construiré otros mayores, y allí guardaré todo mi trigo y mis bienes. Entonces diré a mi alma: alma, ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años. Descansa, come, bebe, pásalo bien. Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma noche te reclaman el alma; lo que has preparado, ¿para quien será? Así ocurre al que atesora para sí y no es rico ante Dios.” Lc 12, 13-21
«Dijo a sus discípulos: Por eso os digo: no andéis preocupados por vuestra vida: qué vais a comer; o por vuestro cuerpo: con qué os vais a vestir. En efecto, la vida vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido. Fijaos en los cuervos: no siembran ni siegan; no tienen ni granero, pero Dios los alimenta. ¡Cuánto más valéis vosotros que las aves! (…) Contemplad los lirios, cómo crecen; no se fatigan ni hilan, pero yo os digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como ellos. Y si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, ¡cuánto más a vosotros, hombres de poca fe!» (Lc 12, 22-28)
«Todo crecimiento es ambivalente. Necesario para permitir que le hombre sea más hombre, lo encierra como en una prisión desde el momento que se convierte en el bien supremo, que impide mirar más allá. Entonces los corazones se endurecen y los espíritus se cierran; los hombres ya no se unen por amistad, sino por interés, que pronto les hace oponerse unos a otros y desunirse. La búsqueda exclusiva del poseer se convierte en un obstáculo para el crecimiento del ser, y se opone a su verdadera grandeza. Para las naciones como para las personas la avaricia es la forma más evidente de un subdesarrollo moral». Populorum progressio, 19.
«Si sólo el cielo es para siempre, decidámonos a no dejar que el corazón se apegue a nada de aquí abajo: bienes materiales, personas, proyectos, trabajos, ilusiones humanas… Entendedme bien: no se trata de comportarnos como seres desencarnados, atentos a no contaminarse con las cosas de este mundo terreno (…) presentes con ilusión, con garbo, con iniciativa -pero con el corazón libre de ataduras-, en todas las actividades de la tierra (…) Cuando muramos, sólo nos acompañarán nuestras buenas obras: lo que hayamos acumulado en el servicio del Señor y de las almas; éstas son las únicas riquezas que un cristiano, un hijo de Dios, debe atesorar». Alvaro del Portillo
“Todo cristiano corriente tiene que hacer compatibles, en su vida, dos aspectos que pueden a primera vista parecer contradictorios. Pobreza real, que se note y se toque –hecha de cosas concretas-, que sea una profesión de fe en Dios, una manifestación de que el corazón no se satisface con las cosas creadas, sino que aspira al Creador, que desea llenarse de amor de Dios, y dar luego a todos de ese mismo amor. Y, al mismo tiempo, ser uno más entre sus hermanos los hombres, de cuya vida participa… Lograr la síntesis entre esos dos aspectos es – en buena parte- cuestión personal, cuestión de vida interior, para juzgar en cada momento, para encontrar en cada caso lo que Dios nos pide” .
San Josemaría, Conversaciones, 110
En marzo de 1950, con motivo de sus bodas de plata sacerdotales, regalan un reloj a Josemaría Escrivá. Le gusta, y empieza a usarlo muy ilusionado. Pero, al poco tiempo, ya no lo lleva.
-Me gustaba tanto que me estaba apegando a él. Lo he entregado. Así, muerto el perro, se acabó la rabia.
Pilar Urbano, El hombre de Villa Tevere, p. 313.
“A veces el demonio se las arregla para que, personas que tendrían que estar totalmente desprendidas, no lo estén. Os lo he dicho en muchísimas ocasiones. Meditad esos pasajes del Evangelio que nos cuentan la llamada de los Apóstoles. Considerad cómo dejan el omnibus, todas las cosas. En ocasiones resulta que nosotros no las dejamos. Al principio, quizá no nos damos cuenta; pero después pasan los años, y resulta que no somos tan felices como deberíamos, porque hay algo que no hemos sabido cortar o abandonar” .
San Josemaría