VIRUTAS DE MADERA PRECIOSA:
EL SILENCIO es uno de los argumentos más difíciles de refutar.
La sed
Iba yo en un tren, de noche. El departamento estaba completamente lleno y, de madrugada, un niño de mantas comenzó a llorar.
Comenzó a llorar con violencia.
La madre del niño hizo todas las maniobras que se podían hacer para tratar de sosegarle: le dio vueltas cambiándole de postura, le sacaba las manos fuera de las mantas, se las volvía a meter…
Hubo, además, varios voluntarios del departamento que colaboraron en la tarea de tranquilizar al pequeño. Inútilmente.
El chico seguía llorando con todas sus fuerzas. Hasta que su madre, de pronto, cayó en la cuenta de que su niño a lo mejor tenía sed.
Y entonces, tomando de la red una botella de agua que llevaba, le dio de beber con una cucharilla. Poco después el niño dormía plácidamente y estaba tranquilo y sosegado. El niño tenía sed, pero no lo sabía.
He recordado a aquel niño que gritaba en la noche, pensando en el malestar del hombre.
Es muy frecuente que cuando notamos en nuestra intimidad la presencia del malestar del desengaño, de la tristeza, busquemos las causas e indaguemos, por ejemplo, como causa de nuestra irritación la conducta de los que nos rodean.
El marido puede pensar que se irrita por culpa de su mujer; la mujer puede pensar que se enfada por culpa de su marido; los padres, por culpa de los hijos: lo hijos, por culpa de los padres.
Cuando sentimos dentro de nosotros el malestar punzante de la desilusión, muchas veces pensamos que esta desilusión está causada por un trabajo ingrato, por culpa de los superiores, por culpa de los inferiores, por culpa de las circunstancias desfavorables, por culpa de la envidia ajena…
En definitiva: cuando el hombre quiere ahondar en las raíces de su falta de felicidad, de su descontento íntimo y de su irritación aparentemente injustificada, el hombre que somos cualquiera de nosotros es capaz de presentar una larga lista de culpables. Pero yo recuerdo el llanto del niño en la noche para que sepamos que, en definitiva, el malestar más hondo del hombre es la sed. El hombre es un ser sediento.
A. García Dorronsoro, Tiempo para creer