Madame Stael estaba tan convencida de su superioridad que acostumbra a afirmar: “lo que yo no comprendo no existe”.
Que me perdone, si quiere; pero esa afirmación no deja de ser una soberbia majadería. Las cosas son lo que son. Y el que yo las conozca o deje de conocerlas no las afecta en nada.
Lo más que puedo hacer es acercarme respetuosamente, de puntillas, para tratar de entenderlas. Aunque nunca lograré comprenderlas plenamente: “No sabemos el todo de nada” (Pascal).
Continúa esta anécdota…
La fe y la tortilla
El padre Lacordaire, uno de los más famosos oradores del siglo XIX, escuchaba a un viajante su exposición atea, muy en boga en esa época.
-Es absurdo- decía el ateo- creer lo que nuestra razón no entiende.
-¿Comprende usted que una misma causa produce efectos contrarios? –le preguntó Lacordaire- ¿Comprende cómo un mismo fuego funde la mantequilla y endurece los huevos?.
-No… Pero ¿qué conclusión quiere sacar?.
-Muy sencillo. El no comprenderlo no le impide a usted creer en la tortilla e, incluso, degustarla.
Por Agustín Filgueiras