«Acostúmbrate a decir que no.» (Camino, 5 S. Josemaría EdB).
No es fácil saber nuestros límites; no es fácil parar. Hace falta una gran fortaleza para decir que no: una fortaleza cada vez mayor en la medida que te aproximas a las zonas templadas (sic. en España al Mediterráneo).
Ved el ejemplo gráfico.
El héroe tragón de China: policía muerto por un atracón
PABLO M. DÍEZ | PEKÍN
Chen Lusheng es un héroe de la Policía de Shenzhen, una moderna y pujante megalópolis industrial del sur de China fronteriza con Hong Kong. El agente, que pertenecía al Departamento de Tráfico, murió en acto de servicio a finales del año pasado.
Pero Chen Lusheng no dio su vida por detener a un conductor borracho ni salvó a un autobús lleno de escolares cuando estaba a punto de despeñarse por un barranco. Sus méritos son más mundanos: el policía falleció de un atracón durante un banquete oficial con funcionarios del Gobierno local.
Tal y como manda la costumbre en China, donde la hospitalidad del anfitrión no se entiende sinagasajar a los invitados con alcohol hasta tumbarlos redondos, el agente Chen bebió literalmente hasta reventar.
Con la desmesura propia de los nuevos ricos que han proliferado durante estos últimos 30 años de crecimiento económico, los funcionarios chinos hacen gala de su amistosa campechanía emborrachándose en las recepciones oficiales y saciándose con los más deliciosos y carísimos manjares, como la sopa de aleta de tiburón o el nido de pájaro. Sosteniendo los palillos en una mano, en la otra alternan la copa con los cigarrillos que no dejan de fumar ni siquiera mientras comen en los reservados de los restaurantes de lujo.
Las comilonas son regadas con brindis de “bai jiu”
Entre platos y platos servidos al centro en una mesa redonda con cristal giratorio, las comilonas son regadas con abundantes “gan bei” (brindis) de “bai jiu”, un fortísimo licor de arroz parecido al orujo capaz de hacer volcar al más pintado. Y eso fue, precisamente, lo que le ocurrió a Chen Lusheng, quien, borracho y mareado, se recostó en un sofá, donde vomitó y finalmente pereció asfixiado.
Nada más conocer la noticia de su muerte, su desconsolada familia se apresuró a presionar a la Policía para que fuera condecorado y se le rindieran los honores propios de un héroe, como una capilla ardiente en su Comisaría. El motivo es que el agente Chen estaba fuera de servicio y sus superiores lo obligaron a asistir a la recepción oficial con los funcionarios locales.
Por subordinación a la jerarquía –otra de las normas básicas de funcionamiento en el dictatorial régimen chino–, los empleados no pueden rechazar los brindis que les ofrecen sus superiores, ni siquiera alegando problemas de hígado o que uno tiene que conducir su coche de vuelta a casa. Para no parecer irrespetuoso, al agente Chen no le quedó más remedio que sumarse obediente a los “gan bei” (“vaso seco”) de los jefes.
Salvar el honor
Además de salvar el honor de su nombre, la demanda de los familiares tenía otros fines más terrenales: una jugosa indemnización. En China, donde el dinero se ha convertido en la medida de todas las cosas tras subirse al carro del capitalismo desde las penurias de la época maoísta, hasta la muerte es una buena oportunidad de hacer negocio.
Según los medios locales, la condecoración de Chen como mártir de la Policía reportaría a sus parientes una indemnización que podría llegar a los 650.000 yuanes (6.500 euros). Bastante menos de los 4,8 millones de yuanes (480.000 euros) que éstos pedían como compensación.
De todas maneras, el agente Chen no es el primer héroe que muere de un atracón en un banquete oficial en China. En noviembre, un cuadro del Partido Comunista de la provincia de Anhui también falleció en una cena con empresarios, mientras que otros funcionarios del Gobierno cayeron en coma etílico en sendos casos registrados a principios del año pasado.
Todos estos episodios han revelado la corrupción reinante entre los funcionarios estatales, que se aprovechan de sus cargos para sufragar con fondos públicos los excesos de los banquetes oficiales. Se calcula que éstos le cuestan cada año al Gobierno unos 500.000 millones de yuanes (50.000 millones de euros), una monstruosa cifra capaz de liquidar a héroes tragones como el agente Chen.
Extraído de aquí.