«Es verdad que, como los demás hombres, el cristiano conoce la amargura del llanto. Pero al aceptar, como venidos de Dios, tanto las alegrías como las contrariedades de la vida, encuentra siempre en el alma la canción gozosa de la paz divina, que será alegría en las horas radiantes, y serenidad en las grises. Alegría y serenidad: dos rasgos distintivos de la fisonomía del cristiano».