Natalia López Moratalla
Ediciones Universidad de Navarra, S.A. 1ª ed.: Enero 2007, 200 págs.
En el curso de una reciente entrevista, el premio Nobel de Física, Carlo Rubbia, refiriéndose al orden del cosmos, se expresaba así: “Cuando observamos la naturaleza quedamos siempre impresionados por su belleza, su orden, su coherencia. Al mirar por la noche las estrellas, tan hermosas y extremadamente místicas, uno siente que hay algo detrás. Hemos descubierto una muy precisa y ordenada imagen de nuestro mundo. Esto no puede ser consecuencia de la casualidad. No puedo creer que todos estos fenómenos, que se unen como perfectos engranajes, puedan ser resultado de una fluctuación estadística, o una combinación del azar. Hay, evidentemente, algo o alguien haciendo las cosas como son (…)”.
Paradójicamente, la idea dominante en los tiempos que vivimos es que nos hallamos inmersos en un mundo que sería accidental en el origen y sin finalidad en la existencia. En un escenario tal, el hombre es visto como un producto más del largo proceso de la evolución cósmica y biológica, igualmente accidental en su origen y sin otra finalidad que la de vivir de acuerdo con los requerimientos del medio en el que vive, en íntima simbiosis con él. Es obvio que esa idea del mundo y del hombre deja otros enfoques (como el relato bíblico de la creación) en el rincón de los mitos, relegándolos a la categoría de la subjetividad o de la metafísica.
En términos de biología evolutiva, la concepción materialista resulta de considerar que la única causa real de la evolución de las especies, y por tanto también del origen y de la evolución del hombre, no es otro que la adaptación de los organismos a los diversos ecosistemas a lo largo del tiempo. El azar, en el curso de esa evolución, sería el agente causante de la aparición de órganos y organismos cada vez más complejos, a partir de otros menos complejos. La realidad sería, así, el resultado de ese puro azar sin sentido. En consecuencia, seríamos seres autónomos que no debemos nada a nadie, y por tanto no hemos de rendir cuentas de nada.
Pero, como afirma Natalia López en su libro, “no hay explicaciones sencillas acerca de la aparición y evolución de los hombres…”, y menos aún explicaciones que sean concluyentes. Bien al contrario, este es uno de los temas perennes que se han planteado desde antiguo, por la sencilla razón de que el proceso de hominización es complejo y, por ello, resistente a todo intento de cerrarlo en teorías parciales que pretendan ser definitivas.
Natalia López parte del presupuesto de que cada hombre es hecho para algo y no un mero fruto del ciego azar. Con ello, la autora sitúa su discurso en una órbita diferente del materialismo puro, tipo Monod, según el cual “el hombre sabe al fin que está solo en la inmensidad indiferente del Universo, donde ha emergido por azar…”.
Gracias a los más recientes descubrimientos de las ciencias Biológicas, hoy se sabe que los dos grandes procesos temporales de los seres vivos –la evolución y el desarrollo embrionario- presentan idéntico dinamismo. Con esa perspectiva, Natalia López muestra que, tanto el desarrollo embrionario de los organismos como su evolución en el tiempo, son procesos que transcurren de lo simple a lo complejo y que tienen una “flecha del tiempo”. Es decir, estaríamos hablando de procesos no meramente casuales, sino de sucesos que pueden cambiar en un sentido a lo largo del tiempo.
¿Qué cambios se observan en el genoma humano respecto a los chimpancés? ¿Qué hace humano el cuerpo de cada hombre? ¿Qué hace humano el cerebro de cada hombre? ¿Cómo se han aliado genes y cultura en el curso de la evolución humana?… Desde la perspectiva del cómo, que nos da las ciencias de la vida (particularmente la Biología molecular y la Genética; así como la Biología humana y las neurociencias), la autora afronta estas y otras importantes cuestiones y ofrece respuestas intentando clarificar la historia de los orígenes del hombre y de su evolución biológica y cultural.
El libro está estructurado en cuatro capítulos bien diferenciados. Tras el primer capítulo (introducción), en el que se abre el abanico de “las grandes cuestiones” acerca de la evolución humana, la autora explica la historia evolutiva del hombre como un proceso que va desde un “más con más” a un “más con menos”, subrayando la direccionalidad de tal proceso. Los fósiles muestran, en efecto, cómo la vida no ha dejado de organizarse en sistemas cada vez más complejos y cada vez más autónomos. Esa direccionalidad de la vida tiene carácter plenamente evolutivo, y no sólo transformante. El cambio que se opera a lo largo del tiempo es un cambio a más (con menos). El sistema nervioso desempeña un papel crucial en el proceso de los cambios evolutivos, pues el progreso evolutivo animal descansa en la organización de los materiales del cerebro, es decir, en la construcción de los circuitos neuronales. De ahí que la encefalización sea considerada como el mayor cambio que se produjo en el proceso de hominización, sin pretender con ello que estamos determinados, en nuestro actuar y en nuestras facultades, “sólo” por las leyes de la dinámica neurológica. Cada hombre elabora sus propios circuitos neuronales, precisamente con su vida, sus decisiones libres, su relación con los demás, desarrollando hábitos o cerrándose a posibilidades.
Los fósiles, sin embargo, son pruebas del todo insuficientes cuando llega la hora de intentar comprender los entresijos de la evolución humana, de establecer el “ajuste fino” de nuestra historia. Conocedora de esas limitaciones, Natalia López se adentra en el tercer capítulo en el estudio de la evolución de los genomas de los primates y el subsiguiente proceso de hominización. Y es que “hay genes –dice la autora- que son imprescindibles para que el mensaje genético que contiene el genoma humano pueda constituir un cuerpo de hombre”. Se trata, en fin, de conocer la “huella genética” de la especiación humana, y a esa ardua tarea se lanza Natalia López, buceando sin complejos en las procelosas aguas de la investigación molecular y genética. De modo especial, capta la atención del lector cuando habla de los genes que parecen estar implicados en la mejora del funcionamiento cerebral, entre los que podrían hallarse los responsables de la aparición de los rasgos cognitivos humanos.
Pero no sólo evolucionó un cuerpo de hombre. El hombre es biología y es cultura y, de hecho, vemos cómo su historia está plagada de signos que muestran el entrelazamiento de ambas facetas a lo largo de más de dos millones de años. Descubrir cómo estas facetas se relacionan a lo largo de la marcha de la humanidad, es decir, el proceso de evolución cultural y de humanización de la especie humana, es el objetivo que se aborda en el capítulo 4 (y último) del libro.
La pretensión del libro, con palabras de la propia autora en el capítulo introductorio, es la de “comprender algo de la coherencia de esa historia natural en la que se inserta nuestro propio origen, mirándola desde la perspectiva de las ciencias biológicas en primer plano…”. Labor de búsqueda, por tanto, en la que de algún modo se refleja el trabajo de más de tres décadas de estudio e investigación: los que lleva esta mujer, empeñada también en la valiente y nada fácil tarea de “liberar el conocimiento científico acerca de la evolución humana de prejuicios, que ocultan las causas”.
Siempre con el apoyo de los datos científicos más recientes, la autora va desgranando sus ideas e informaciones con agudas observaciones, que invitan sobre todo a la reflexión. En cada página del libro se nota el ojo clínico de quien lleva a sus espaldas muchos años de brega; la aguda mirada de quien se atreve a entrar en el apasionante y muchas veces desconcertante cosmos que constituye la vida, a observarlo con atención, sin prejuicios, y a intentar descubrir la verdad que encierra la historia de la humanidad desde sus orígenes más remotos.
Estamos ante un libro de estudio, dirigido a un público selectivo, con un cierto grado de conocimientos actualizados en las modernas ciencias biológicas. Libro de contenidos, que se ha de leer (y releer) con tiempo y calma si se desea obtener el abundante jugo que contiene. Y es que, como dice la autora entre líneas, la historia de nuestros orígenes es precisamente, con palabras de otra época, la historia que nos presenta el relato bíblico del Génesis. Un relato que cobra perfiles nuevos bajo el potente foco de las modernas ciencias de la vida. Perfiles que, no obstante, hay que saber descubrir con la fuerza de la razón.