«Mi esposo se convirtió al catolicismo cuando yo aprendí a vivir como católica».
Poco antes de casarme, mi párroco me previno sobre las dificultades que me esperaban con un compañero que no pertenecía a mi credo. -Yo lo haré católico, dije jactanciosamente. -No se puede hacer católico a nadie, hijita mía, -me respondió. Eso es un don de Dios. Sólo se puede desear que las personas vean la misma luz que nosotros vemos rezando por ellas y dando buen ejemplo.Mis suaves insinuaciones a mi marido, en los primeros tiempos de casada, pronto se transformaron en constantes impertinencias. Mi lengua se mudó en látigo. Un día mi esposo, en el colmo de la irritación, me replicó: -Si tú eres un ejemplo de catolicismo, jamás seré católico. En ese instante comprendí el sentido de las palabras de mi párroco. Dejé de hablar de religión y comencé a practicarla. Pasó el tiempo y al fin, mi marido pidió el bautismo.