El vino está unido a la historia del hombre desde sus orígenes.
Recientemente se ha informado del descubrimiento de un jarrón de barro encontrado en las montañas de Zagros, en Irán, de 5.500 años de antigüedad, en cuyo fondo se han encontrado restos de vino.
Hasta el momento, es el documento arqueológico más antiguo que se conoce de la historia del vino.
El descubrimiento del vino probablemente fue, como el de los grandes descubrimientos de la Humanidad, un hecho casual.
Podemos imaginar cómo un depósito donde se almacenaron las uvas recogidas al final del verano fue olvidado en un rincón de la cueva o cabaña.
Durante el invierno se produjo la fermentación, y pasados unos meses el hombre probó el zumo fermentado, comprobando sus agradables efectos.
Así el hombre incorpora el vino a su vida social compartiendo el descubrimiento con el resto de la comunidad; a su vida alimenticia, comprobando cómo mejora el gusto de los alimentos y cómo le aporta una energía suplementaria; a sus prácticas curativas, al descubrir sus virtudes sanatorias; y por fin a su vida espiritual, al comprobar que el vino le eleva a un estado que le acerca a sus divinidades.
La cultura mediterránea es la cultura del vino y del aceite. A España llega el vino desde las antiguas civilizaciones mediterráneas, con los fenicios y griegos.
Aún hoy podemos degustar vinos semejantes a aquellos que se producían entonces: el retsina, elaborado en Ática, al que se le añade durante la fermentación resina del pino Alepo, o el vermut, similar al vino que tomaban los romanos, al que se le añaden hierbas aromáticas.
En la cultura mediterránea el vino está incorporado a la vida cotidiana.
Se consume principalmente en casa, junto a las comidas, y en familia. Alrededor del vino se entablan las grandes conversaciones, que probablemente serían menos elevadas si nos faltara el vino.
Alrededor del vino celebramos nuestras alegrías y mitigamos nuestras tristezas.
Sin vino no hay una buena comida, y quizás «la comida no es más que una excusa para beber buen vino» -como me dijo una noche el gran Abraham García mientras cenaba en su restaurante Viridiana-.
Y alrededor del vino también nace una cultura, la cultura del buen vivir, de gente civilizada que cree en la amistad y mira la vida desde un plano diferente.
Desde el principio de la humanidad se sabe que el vino, producto natural y ecológico obtenido de la fermentación del zumo de la uva, tomado con moderación, es beneficioso para la salud. A lo largo de la historia el vino ha sido utilizado como estimulante, fuente de energía, e incluso en el tratamiento de diversas dolencias.
Escritos médicos antiguos y libros sagrados están repletos de citas elogiando las propiedades sanitarias del vino.
Hipócrates afirmaba que «el vino es cosa admirablemente apropiada para el hombre, tanto en el estado de salud como en el de enfermedad, si se le administra oportunamente y con justa medida, según la constitución individual».
En el Eclesiastés podemos leer: «¿Qué es la vida a quien le falta el vino, que ha sido creado para contento de los hombres? Regocijo del corazón y contento del alma es el vino bebido a tiempo y con medida».
San Pablo recomendaba: «No prosigáis en beber agua sola, sino usar un poco de vino por causa del estómago y enfermedades frecuentes».
Fue sin embargo a finales del siglo pasado cuando se comenzaron a analizar científicamente los elementos que contenían los distintos alimentos, desvelándose ya algunas propiedades del vino, hasta el punto de que Louis Pasteur llega a afirmar que «el vino es la más sana e higiénica de las bebidas», gracias a su contenido en diversos elementos favorables para el organismo.
En un momento histórico como aquel, en el que el mundo asistía temeroso al descubrimiento de los microorganismos, esta afirmación tenía un gran valor y demostraba gran valor.
En los años finales de este siglo hemos asistido a una rápida sucesión de estudios y descubrimientos sobre las propiedades del vino y sus componentes.
Todos ellos se inician a partir de la denominada «paradoja francesa», de la que otro día podremos hablar…
ODA AL VINO
«Con pan y vino se anda el camino -es rigurosamente cierto-,
bueno es el vino cuando el vino es bueno,
para que el vino sepa a vino se ha de beber con un amigo,
si la mar fuera vino todo el mundo sería marino.»