En un momento crítico de la guerra civil de Norteamérica, una delegación eclesiástica, bien intencionada, fue a visitar a Lincoln con ánimo de darle consejos. El presidente contestó a las preguntas de la delegación con paciencia y cortesía.
– Pero, señor presidente – le preguntó uno de ellos -. ¿Está usted seguro de que Dios está de su parte?.
– No es eso lo que me preocupa – replicó Lincoln -. Lo importante es si yo estoy de parte de Dios. Aunque trato siempre de estarlo.
La santidad consiste en plegarse al querer de Dios. Y la tentación es, al contrario, pretender que Dios se pliegue a mi querer.
¿Dios esta de mi parte? Eso es cosa de Dios. Lo que yo debo hacer es, estar luchar por estar de su parte.