Hijo mío, esa mujer no era una santa. Esa era una cabra…
Lo raro de no ser raros.
Alguna vez oí contar una anécdota del San Josemaría Escrivá clara y graciosa. En una ocasión, estando en Pamplona, fue a una peluquería a arreglarse el pelo. Trabó conversación con el peluquero. Y, llevado por su afán de acercar al Señor a quien estaba cerca de él, le habló de la santificación en su sitio, como peluquero. Le decía que haciendo lo que tenía que hacer, arreglar el pelo a sus clientes, podía y debía ser santo.
El bueno del peluquero no parecía entender gran cosa. En un momento exclamó:
-¡Santo!. En mi pueblo había una señora que le llamaban “la santa”. Y se fue al monte y comía hierba.
Monseñor Escrivá le dijo al momento:
-Hijo mío, esa mujer no era una santa. Esa era una cabra.
La santidad no consiste en hacer cosas raras. Algunos santos han hecho cosas raras. Pero hacemos muchas más y más raras los que no somos santos.
“Santo es el que hace lo que Dios quiere, cuando Dios quiere, como Dios quiere y, precisamente, porque Él lo quiere”. (Santo Tomás)
Cuanto más santo es el hombre, menos santo se cree y más desea serlo. Y cuanto menos santo es, menos anhela la santidad.
Los deseos de santidad que nos acucien son la manifestación más clara de la santidad que tenemos.