Hablar a un público cautivo (una clase, una feligresía) no es fácil, cuando ya nos han oído infinidad de veces; especialmente cuando el asunto es la redención del género humano.
Por lo que siempre compensa tener a mano una comparación, a modo de cuento, para contar lo mismo con otras palabras. Vamos, lo de beba Coca-cola, de mil modos diferentes y siempre pareciendo distinto…
Continúa, ahí, va…
El pastor de un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra llegó a su iglesia un domingo cargando una mohosa jaula de pájaros, doblada y vieja, y la colocó sobre el púlpito. Se fruncieron varios ceños y, a manera de contestación, el pastor comenzó a hablar.
«Estaba caminando por el pueblo ayer, cuando vi un joven caminando hacia mí meciendo esta jaula de pájaros. Dentro de ella habían tres pajarillos silvestres, temblando de frío y de miedo. Detuve al muchacho y le pregunté, ‘¿Qué llevas ahí, hijo?'»
«Son tan solo unos pajarracos,» fue la respuesta.
«¿Y qué vas a hacer con ellos?» le pregunté.
«Los voy a llevar a casa y me voy a divertir con ellos,» me contestó. «Voy a molestarles, a sacarles las plumas y hacerles pelear. Esa será mi diversión por hoy con mis amigos.»
«Pero te vas a cansar de esos pajarillos tarde o temprano. ¿Qué harás con ellos entonces?»
«Tengo unos gatos,» dijo el muchacho. «Les gustan los pájaros. Se los daré de postre y se pondrán contentos.»
Me quedé sin palabras. Por fin le dije: «¿Cuánto quieres por esos pájaros, hijo?»
«¿¡Eh!? ¿Para que los quiere?. Son unos simples pájaros viejos del campo. No cantan. ¡Ni siquiera son bonitos!
«¿Cuánto?», insistí. El muchacho me miró como si estuviera loco y me dijo, «$10?»
Busque en mi bolsillo y puse en sus manos un billete de diez dólares.
En un segundo el joven desapareció. Yo recogí aquella jaula y la llevé al final del callejón, donde había un árbol y césped. Poniendo la caja en el piso, abrí la puerta y, golpeando suavemente los barrotes, convencí a los pajaritos a que salieran a la libertad.
Bueno, esa es la historia de la jaula vacía sobre el púlpito. La traje porque me recordó de otra historia infinitamente mas gloriosa. Se trata de nuestra historia.
Un día Satanás y Jesús estaban conversando. Satanás acababa de venir del Jardín del Edén y estaba jactándose. «Acabo de capturar al mundo lleno de gente allí abajo. Me hice una trampa, utilicé carnada que sabía que ellos no podían resistir. ¡Los agarré a todos!»
«¿Qué vas a hacer con ellos?» preguntó Jesús.
Satanás respondió, «¡Me voy a divertir! Voy a incitarles toda clase de fantasías. Se creerán poderosos y sabios. Terminarán peleándose entre ellos mismo. Hasta las parejas se divorciarán. Las mismas cosas buenas has creado les dominarán: el sexo, el dinero. Esos hombres que tanto amas serán borrachos y drogadictos. Les voy a enseñar como inventar armas y destruirán entre ellos mismos… ¡Me voy a divertir en grande!
«¿Y qué harás con ellos cuando termines?» preguntó Jesús.
«Oh, los mataré», exclamó Satanás con una risa sarcástica.
«¿Cuánto quieres por ellos?» preguntó Jesús.
«Oh, tú no quieres a esa gentuza. No valen nada. Se reirán de ti en tu cara ¡Te escupirán, te maldecirán y te matarán de la manera más salvaje! ¡Tú no quieres a esa gente!».
«¿Cuánto?» insistió Jesús.
Satanás miró a Jesús y, mofándose, dijo… «¿Cuanto? Nada menos que tu propia vida, hasta la última gota de tu sangre.»
«¡HECHO!» dijo Jesús.