¿Y a mí que me importa esa estrella?
Desde el Oriente aquella Princesa también había visto la luz.
Princesa – ¿Melchor qué es eso que se mueve en el cielo? Uy qué raro… pero qué bonito… Nunca había visto nada igual.
Melchor – Un astro… Esa estrella es un portento: Un signo divino, que va moviéndose a paso humano. Otros observadores reales y yo estamos a punto de salir y seguirla. ¿Vienes con nosotros? Salimos mañana.
Madre de la Princesa – ¿Qué dices? ¡Es sólo una estrella!
Melchor – No es una estrella normal. Nunca ha habido una estrella como esa. El viaje será cansado y largo. Pero estoy seguro que valdrá la pena gozar del lugar donde nos lleve. ¿Te vienes, Princesa?
Princesa – Un viaje tan largo, tan aburrido y cansado; además lo de la estrella no está claro. Será divina por que lo dices tú. Si Dios quiere algo me lo dirá. No, mejor me quedo. La vida es larga y podré hacer otras cosas importantes…
Y la Princesa nunca hizo lo que tenía que hacer; murió de vieja con una duda que le asaltó toda su vida: preguntándose si debería haber seguido aquella Estrella…