La noche del 23 de enero de 1886, Don Bosco despertó con sus gritos soñando, a su secretario que dormía en la habitación vecina. Al día siguiente el Padre Viglietti le preguntó por qué gritaba y el Santo le respondió: – Es que en sueños veía a un joven deforme, extraño y repugnante que daba vueltas por mi habitación. Yo trataba por todos los medios de que se alejara y se fuera pero no se quería dejar expulsar de allí. Entonces como no se quería ir le dije: – Mire que si no se va de aquí me voy a ver obligado a pronunciar una palabra sonora que nunca he dicho en mi vida.
Y como no aceptaba salirse de la habitación le grite una palabra bien sonora (¡carroña, asqueroso!) y en ese momento…
Me desperté.
Y el Santo concluyó este relato poniéndose colorado y añadiendo: – Jamás he dicho semejante palabra a nadie en mi vida. ¿Y me toca decirla ahora en sueños? Y sonreía.
Nota: Jamás alguien oyó de los labios de Don Bosco una palabra menos digna u ofensiva. Su hablar fue siempre amable y supremamente respetuoso con todos. Quizás se cumple aquí lo que dice San Agustín: “Cuando el diablo no logra ciertas actuaciones, cuando estamos despiertos, trata de obtenerlas cuando estamos dormidos”.