Había una vez una pequeña tortuga llamada Tortugullín, quien vivía en un hermoso lago rodeado de vegetación. A pesar de ser pequeña, Tortugullín era muy curiosa y siempre estaba buscando nuevas aventuras. Un día, mientras nadaba por el lago, se encontró con un extraño objeto flotando en el agua. Era una pequeña balsa hecha de troncos y hojas secas. Intrigada, Tortugullín decidió subir a la balsa y se dejó llevar por el agua.

A medida que la balsa se alejaba cada vez más del lago, Tortugullín se dio cuenta de que estaba viajando por un gran río que la llevaba a través de diferentes paisajes y ciudades. Durante su viaje, Tortugullín vio cosas increíbles, como grandes montañas y hermosas praderas, y conoció a muchos animales diferentes. Pero lo que más la impresionó fue ver a los humanos por primera vez.

Tortugullín vio a los humanos construyendo grandes edificios y ciudades, viajando en barcos y carruajes, y haciendo cosas increíbles. Se dio cuenta de que los humanos eran muy curiosos y aventureros, al igual que ella. Durante su viaje, Tortugullín estuvo presente en muchos de los grandes acontecimientos de la humanidad, como la construcción de la Gran Muralla China, la caída del Imperio Romano, y la invención de la rueda.

Finalmente, después de muchos años de viajar, Tortugullín regresó a su hogar en el lago. Allí, le contó a sus amigos las increíbles historias de sus aventuras y les enseñó todo lo que había aprendido sobre los humanos. Y aunque nunca volvió a viajar, siempre recordó con cariño su gran aventura y se sintió agradecida de haber sido testigo de algunos de los momentos más importantes de la historia de la humanidad.

La moraleja de esta historia es que siempre debemos seguir nuestra curiosidad y aventurarnos a descubrir cosas nuevas, porque nunca sabemos lo que podremos aprender o las historias que podremos contar.

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