Una operación quirúrgica en un corazón inmóvil
Hasta hace algunos años era imposible hacer una operación quirúrgica en el mismo corazón. Hoy, gracias a Dios, la ciencia ha conseguido operar el corazón en estado de absoluto reposo.
Los primeros experimentos se hicieron con perros, empleando una máquina cardiopulmonar que se encargaba de las funciones de bombeo. El doctor Willem Kolff, investigador holandés, construyó un nuevo tipo de máquina cardiopulmonar.
Esta máquina sustituía al corazón en su funcionamiento, poniendo la sangre en circulación por todo el organismo. Uno de los primeros operados fue un niño de cinco años.
Tenía este niño una abertura en el corazón entre los ventrículos derecho e izquierdo. La sangre salía por esa abertura y su circulación sanguínea era anormal. Era casi imposible que aquel niño hubiera vivido hasta los cinco años.
Colocaron al niño en la mesa de operaciones. Le durmieron bajo los efectos de la anestesia. El doctor Kolff y tres ayudantes manejaban la máquina cardiopulmonar. El cirujano hizo un ademán para empezar. El reloj marcaba las diez y veintinueve. Con el bisturí, el cirujano abrió el pecho del niño. Este dormía plácidamente.
Descubrieron el corazón entre las costillas. Apareció palpitante, de color rojo brillante. Tenía unos movimientos violentos. Aislaron la arteria subclavia, a la cual conectaron con una cánula a la máquina que iba a sustituir al corazón.
En el momento en que conectaron con la arteria, empezó a funcionar la máquina cardiopulmonar, bombeando la sangre por todo el organismo.
A las once y veinticinco quedó el corazón en completo reposo. Con un aspirador extrajeron la poca sangre que había quedado en él. La enfermedad del niño apareció a la vista. Tenia un agujero como de dos centímetros y medio de diámetro. Con dos líneas de sutura (costura con que se unen los labios de una herida) quedó listo el corazón para su normal funcionamiento.
Retiraron la cánula que conectaba con la máquina. El corazón dio unos cuantos latidos y empezó a funcionar con un ritmo normal. A las once y cincuenta y siete el cirujano dijo: «Ahora todo va bien». A las doce y cincuenta y dos cerraron el tórax.
El doctor Sones hizo una predicción: «Creo que se salvará». Al oír aquella frase, el doctor Effier exclamó: «¡Dios lo quiera!», y su exclamación fue una oración fervorosa al Todopoderoso. A los seis días el niño operado jugaba con otros niños en la sala infantil.