«¡Abrid; más aún, abrid de par en par las puertas a Cristo!».
«El mal pasa a través de la libertad humana» (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2005, n. 2) y lo vencemos cuando la libertad humana, bajo el impulso de la gracia, se orienta firmemente al bien, o sea, en último término, a Dios.
El Verbo de Dios es la Sabiduría eterna, que actúa en el cosmos y en la historia; Sabiduría que en el misterio de la Encarnación se reveló plenamente, para instaurar un reino de vida, de amor y de paz.
Dios no nos abandona jamás.
Los niños son el presente y el futuro de la Iglesia. Desempeñan un papel activo en la evangelización del mundo, y con sus oraciones contribuyen a salvarlo y a mejorarlo.
Es preciso vencer la injusticia con la justicia, la mentira con la verdad, la venganza con el perdón y el odio con el amor. Este estilo de vida no se improvisa, sino que requiere educación desde la infancia. Una educación basada en enseñanzas sabias y, sobre todo, en modelos válidos en la familia, en la escuela y en todos los ámbitos de la sociedad. Las parroquias, los oratorios, las asociaciones, los movimientos y los grupos eclesiales deben transformarse cada vez más en lugares privilegiados de esta pedagogía de la paz y del amor, donde se aprenda a crecer juntos.
Es preciso confiar en la vida. Confianza en la vida reclaman silenciosamente los niños que aún no han nacido. Confianza piden también los numerosos niños que, habiendo quedado sin familia por diversos motivos, pueden encontrar un hogar que los acoja a través de la adopción y del cuidado temporal.
El amor es más fuerte que el odio y la muerte.
Si el hombre quiere comprenderse a fondo a sí mismo, escribí entonces, debe acercarse a Cristo, debe entrar en él, debe «apropiarse» y asimilar toda la realidad de la Redención (cf. n. 10).
El Resucitado es el manantial y la razón última de este gozo espiritual, que ninguna sombra puede y debe ofuscar.
La paz es, ante todo, don de Dios, pero también es un proyecto a cuya realización cada uno debe contribuir.
La familia, que nace del matrimonio, es la célula fundamental de la sociedad. En su seno, como en un nido seguro, se debe promover, defender y proteger siempre la vida, y esta Jornada por la vida recuerda a todos este deber fundamental.
La victoria de Jesús sobre el maligno nos asegura que, si permanecemos unidos al Señor, no sucumbiremos en el momento de la prueba.
La Eucaristía es la fuente de la que saca vigor siempre nuevo la comunión entre los miembros del Cuerpo místico de Cristo.
Es muy importante el papel de los medios de comunicación social en nuestra época de comunicación global. Es grande también la responsabilidad de cuantos trabajan en este campo, llamados a dar siempre una información puntual, respetuosa de la dignidad de la persona humana y atenta al bien común.
Hoy vosotros adoráis la cruz de Cristo, que lleváis a todo el mundo, porque habéis creído en el amor de Dios, que se reveló plenamente en Cristo crucificado.
Hoy os digo: proseguid sin cansaros el camino emprendido para ser por doquier testigos de la cruz gloriosa de Cristo. ¡No tengáis miedo! Que la alegría del Señor, crucificado y resucitado, sea vuestra fuerza, y que María santísima esté siempre a vuestro lado.
A la humanidad, que a veces parece extraviada y dominada por el poder del mal, del egoísmo y del miedo, el Señor resucitado le ofrece como don su amor que perdona, reconcilia y suscita de nuevo la esperanza. Es un amor que convierte los corazones y da la paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de comprender y acoger la Misericordia divina!
Señor, que con tu muerte y resurrección revelas el amor del Padre, creemos en ti y con confianza te repetimos hoy: ¡Jesús, confío en ti, ten misericordia de nosotros y del mundo entero!