«Después del gran papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un trabajador sencillo y humilde en la viña del Señor».
El ejemplo de san José es una fuerte invitación para todos nosotros a realizar con fidelidad, sencillez y modestia la tarea que la Providencia nos ha asignado.
«Dios ha querido salvarnos yendo él mismo hasta el fondo del abismo de la muerte, con el fin de que todo hombre, incluso el que ha caído tan bajo que ya no ve el cielo, pueda encontrar la mano de Dios a la cual asirse a fin de subir desde las tinieblas y volver a ver la luz para la que ha sido creado».
Esta fe nos la enseña María santísima, la primera que «creyó» y llevó su propia cruz juntamente con su Hijo, gustando después con él la alegría de la resurrección.
Buscar y encontrar a Cristo, manantial inagotable de verdad y de vida: la palabra de Dios nos invita a reanudar, al inicio de un nuevo año, este camino de fe que nunca concluye. «Maestro, ¿dónde vives?», preguntamos también nosotros a Jesús, y él nos responde: «Venid y lo veréis».
María guardó en su corazón la «buena nueva» de la resurrección, fuente y secreto de la verdadera alegría y de la auténtica paz, que Cristo muerto y resucitado nos ha obtenido con el sacrificio de la cruz.
«El responsable de una Iglesia por una parte tiene que dejarse crucificar al mundo con la mortificación de la carne, y por otra, tiene que aceptar la decisión del orden eclesiástico, cuando procede de la voluntad de Dios, de dedicarse al gobierno con humildad, aunque no quisiera hacerlo.»
La vocación cristiana es siempre la renovación de esta amistad personal con Jesucristo, que da pleno sentido a la propia existencia y la hace disponible para el reino de Dios. La Iglesia vive de esta amistad, alimentada por la Palabra y los sacramentos, realidades santas encomendadas de modo particular al ministerio de los obispos, de los presbíteros y de los diáconos, consagrados por el sacramento del Orden.
No sabemos cómo ni cuándo, porque no nos corresponde a nosotros conocerlo, pero no debemos dudar de que un día seremos «uno», como Jesús y el Padre están unidos en el Espíritu Santo.
«La verdad no se determina mediante un voto de la mayoría».
«Matar a inocentes en nombre de Dios es una ofensa contra él y contra la dignidad humana».
En realidad, toda la historia de la Iglesia es historia de santidad, animada por el único amor que tiene su fuente en Dios. En efecto, sólo la caridad sobrenatural, como la que brota siempre nueva del corazón de Cristo, puede explicar el prodigioso florecimiento, a lo largo de los siglos, de órdenes, institutos religiosos masculinos y femeninos y de otras formas de vida consagrada.
«El papa no es ningún oráculo y (…) sólo es infalible en escasísimos casos».
Toda vida humana, en cuanto tal, merece y exige que se la defienda y promueva siempre. Sabemos bien que a menudo esta verdad corre el riesgo de ser rechazada por el hedonismo difundido en las llamadas «sociedades del bienestar»: la vida se exalta mientras es placentera, pero se tiende a dejar de respetarla cuando está enferma o disminuida. En cambio, partiendo del amor profundo a toda persona, es posible realizar formas eficaces de servicio a la vida: tanto a la que nace como a la que está marcada por la marginación o el sufrimiento, especialmente en su fase terminal.
«El laicismo no puede ser una religión universal, porque es parcial y no responde a las preguntas del ser humano».
«La bondad implica también la capacidad de decir no».
Cristo es el verdadero «médico» de la humanidad, a quien el Padre celestial envió al mundo para curar al hombre, marcado en el cuerpo y en el espíritu por el pecado y por sus consecuencias.
«La razón no se salvará sin la fe, pero la fe sin la razón no será humana».
La palabra de Dios nos invita a tener una mirada de fe y a confiar, como las personas que llevaron al paralítico, a quien sólo Jesús puede curar verdaderamente.
«Cuando la política pretende hacer la obra de Dios, pasa a ser, no divina, sino demoníaca».
«El fundamentalismo es siempre una falsificación de las religiones».
La Cuaresma constituye un tiempo favorable para una atenta revisión de vida en el recogimiento, la oración y la penitencia.
Mientras estamos aquí, nuestra relación con Dios se realiza más en la escucha que en la visión; y la misma contemplación se realiza, por decirlo así, con los ojos cerrados, gracias a la luz interior encendida en nosotros por la palabra de Dios.
«No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad.El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra».
«Dejo España contento y agradecido a todos. Pero sobre todo a Dios, Nuestro Señor, que me ha permitido celebrar esta Jornada, tan llena de gracia y emoción, tan cargada de dinamismo y esperanza».
(En su despedida como Papa) «Gracias de corazón y pido perdón por mis errores».