En el año 1384, un párroco de Valencia en España fue a llevar la Sagrada Comunión a un moribundo. A pesar de que había una tormenta, el sacerdote sabía que necesitaba hacer todo lo posible para que esa pobre alma, que en poco tiempo se reuniría con Dios, pudiera partir en gracia.
Habiendo cumplido su misión y ya regresando a casa, comenzó una fuerte tormenta que obligó al sacerdote a proteger fuertemente contra su pecho la bolsa donde tenia las tres hostias consagradas. Al pasar por el barranco de Carraixet, notó que el agua estaba muy alta y tuvo que usar una tabla para hacer un puente.
Lamentablemente, al intentar atravesarla, perdió el equilibrio y dejó caer la bolsa con las hostias consagradas en el río. En medio de la desesperación, el sacerdote se sumergió en el río para rescatarlas, pero no pudo; la corriente del río se lo había llevado todo! Con mucha tristeza, el párroco informó de lo ocurrido a la comunidad, que se ofreció a comenzar una búsqueda. Trabajaron toda la madrugada y por la mañana encontraron el objeto litúrgico vacío.
¡Qué tristeza! Al sacerdote, quedó en organizar actos de reparación. Pero el Señor se conmovió al ver el amor que tenían la comunidad y el párroco, y decidió regalarles un gran milagro.
La población vio entonces tres peces que se mantenían erguidos en la corriente del río, mientras sostenían en sus bocas las tres hostias consagradas que se habían dado como perdidas. Todos cayeron de rodillas, conmovidos por ese milagro, y llamaron al cura. Los peces no se movieron hasta que el sacerdote llegó, a quien, revestido con sus ornamentos sagrados, se acercó a la orilla del río, emocionado. Al ver el sacerdote, los peces también se acercaron a la orilla del río y depositaron sobre sus manos consagradas el Cuerpo de Cristo, mientras los fieles cantaban alabanzas a nuestro buen Dios.