«Su constante anulación de sí misma era un continuo desafío para mis reacciones egoístas. Según decía ella, todo lo hacía por amor a Dios.
Un día, exasperada, le pregunté cómo era posible sentir amor por un Ser que nunca había visto. Su respuesta me dejó perpleja. Me contempló asombrada, como si yo fuera un ente de otro planeta: «Hija mía, ¿de dónde has sacado tú que yo siento amor por Dios? –me dijo. Y golpeó con suavidad mi frente, como si yo durmiese y ella quisiera despertarme-. Apréndelo ya de una vez: el amor a Dios raramente se siente. El amor a Dios se practica».»