Hay un accidente, y el accidentado queda muy grave, a punto de morir. Pasa por allí un sacerdote, que se para a atenderle. Se abre paso entre la gente, llega al herido, le coge la mano y, antes de darle la absolución le dice:
- Si estás arrepentido, apriétame la mano.
Hay un breve momento de silencio, que se rompe en seguida por los gritos de la gente que estaba mirando:
- ¡Aprieta, aprieta!